La excusa era el punto de partida. Viaje por tierras ignotas y el lienzo inmaculado. Diáfana tenía la mente que se le había escapado por la fontanela. Martillo, caracol y resonancia.
En el zócalo cuneiforme, un callejón íntimo para otras dimensiones. Tan evidente y disimulado a la vez.
Coches circulaban lejos y se oía el color azulado de sus faros. Habían pasado años sin que nadie desafiara interpretar el enunciado de la hipótesis, simplemente por la leyenda que se había forjado expresamente con una mezcla de berilio y zinc.
La caravana de hormigas se detenía exactamente en el desvío. En apariencia todo encajaba, sin embargo en los pasillos se cultivaban voces amortiguadas por gruesas alfombras. Ya no era un secreto que El Problema estaba a punto de resolverse.
De eso hace ya mucha cafeína. Tanta que la capacidad de explicarme parece teñida de blanco - sí, te lo aseguro, la cafeína al contrario de lo que se suele imaginar no es marronosa ni tiene ese brillo dorado de una infusión de arabica.
En alguna doblez del tiempo, se habían perdido los resultados. Las alfombras yacían raídas, amontonados al final del corredor, todos vociferaban de y con alguien. La forja había perdido su toxicidad y no había ni trazo de desvío en la autopista.
Si miramos en dirección oeste, podremos contar catorce a partir de este punto que le indico, luego, tres hacia abajo, ahí quizá encontremos lo que buscamos.